Fausto estaba preocupado, muy
preocupado. Es que últimamente sentía un fuerte rechazo de parte de todas las
personas.
Si iba a hacer una compra, el
vendedor, lo dejaba para atenderlo al último. En el trabajo, nadie se le
acercaba y cuando él lo intentaba, lo evitaban con cualquier excusa,
generalmente poco creíble. En la calle la gente se cruzaba de vereda al verlo
venir, los niños pequeños, lo miraban con susto, hasta corrían junto a su madre,
si él se les acercaba. Solo en su casa estaba cómodo. Su esposa y su pequeño hijo… lo aceptaban como
era ¿lo aceptaban?... Bueno, no siempre, sobre todo el pequeño que recelaba de
él y a veces, cuando llegaba, se escondía o se abrazaba a su mamá.
Como Fausto era una persona
muy inteligente decidió hacer algo al respecto.
Lo primero que hizo fue
comprar un espejo con aumento, para ver bien, lo que los otros veían en él. Lo
apoyo en una de las paredes de su casa y al quitarle el envoltorio pudo verse,
al hacerlo…dio un grito y se apartó. Volvió a intentarlo y despacito se acercó nuevamente
al espejo, con idéntico resultado. Lo hizo una y otra vez hasta que pudo
resistir su propia imagen.
Se contempló durante un buen
rato y lo que pudo ver, fueron ciertos cambios en su rostro, muy sutiles, pero
que, le cambiaban la fisonomía por competo.
Su nariz era más larga y
puntiaguda, sus ojos tenían una mirada más dura y penetrante, sus labios eran
más finos, sus pómulos más altos, su frente mas angosta. Era él, pero su
expresión había cambiado. Se parecía a…a…a un…a un…lobo, si a un ¡lobo! Con
razón nadie lo quería, él asustaba, daba miedo.
Algo tenía que hacer al
respecto, no podía andar por este mundo asustando gente.
Se metió en todos los sitios
de Internet que informaban sobre cambio de rostros. También recurrió a librerías y
bibliotecas para consultar viejos libros de brujerías y cosas por el estilo.
Después de mucha consulta y
búsqueda llegó a la conclusión de que, lo que le pasaba era a causa de sus
maldades y últimamente había hecho muchas. La mayoría de ellas fueron para
sacarles dinero a las personas, con mentiras, trampas y manipulaciones.
Porque, Fausto, amaba al
dinero, más que a nada en el mundo, más que a su esposa y a su hijo, más que a
su madre y a sí mismo, más que a Dios.
Bueno el no creía en Dios, esas
cosas eran de mujeres. Sí, iba a la iglesia. Era bueno ir, porque allí, había
muchos incautos.
La solución para resolver su
problema era por demás sencilla, para sacarse la cara de malo, debía volverse
bueno.
Pero eso significaba renunciar
a su gran amor…el dinero. Seguro que encontraría otra solución.
Pensó y pensó y se le ocurrió
una idea maravillosa que le permitiría quitarle dinero a la gente sin que esta
se diera cuenta y sin que le temieran.
Lo opuesto a un lobo, es una
oveja. Sí una oveja, entonces, se maquillaría la cara hasta parecer una oveja.
Nadie se asusta de ellas.
Manos a la obra, fue al campo
y fotografío el rostro de muchas ovejas. Compró todos los elementos necesarios
para el gran cambio. Se pasó horas frente al espejo estudiando todas las formas
posibles de maquillarse, hasta que se sintió conforme.
También estudió las costumbres
de las ovejas, su mansedumbre, su quietud y su aceptación a las órdenes del
pastor. Debía actuar como una de ellas para que su engaño fuese creíble.
Sí y sí, ahora tenía cara de
bueno, sin ser bueno, ahora podía engañar, mentir y robar tranquilo. Nadie y
menos en la iglesia, se darían cuenta que Fausto era un terrible lobo… vestido
de oveja.