LLEGUÉ
(27-11-2013)-Un cuento de Navidad (Publicado en diario Puntal el 22-12-13)
También este año nos juntaremos todos en
casa, como siempre, bajo el cedro del jardín, al que mis nietos, ya se han
encargado de adornar y ponerle muchas luces.
Vendrán mis hermanos con sus esposas, sus
hijos e hijas, sus yernos y nueras y por supuestos los nietos menores, porque
los mayores, festejan a su manera, que no es precisamente en casa de la tía.
Voy y vengo del comedor al jardín,
preparando todo para la “Noche Buena”, pasando por el porche, subiendo y
bajando sus tres escalones, los mismos que hasta hace unos días, bajaba y
subía, en un constante ir y venir, la abuela Lola.
Ya no está, de golpe, se fue, sin
despedirse, sin anunciar nada, calladamente como siempre vivió, en silencio,
tal vez, para no molestarnos. Ella callaba y miraba hacia arriba. Sentada en el
sillón hamaca, él que está en el porche. Ella miraba, a las ramas más altas del
cedro, al lucero tempranero, a la nube coloreada, o, a la…nada.
Cuando no miraba, escribía, en un viejo
cuaderno de tapas de hule negro, que traía, desde sus recuerdos. La abuela
escribía, desde hacía un corto tiempo, ella escribía.
No pude saber que escribía, porque escondía sus
escritos y si le preguntábamos por ellos, su respuesta era siempre la misma, lo
leerán después…después de mi partida.
Y, se fue…Solo hace unos días, y el
cuaderno no apareció. Busqué en su ropero, en su mesita de noche, en…no, allí
no busque, por lo que… este pensamiento me llevo al porche. Debajo del gran almohadón
floreado, del sillón hamaca. Allí, estaba el cuaderno de tapas de hule.
Deje todo lo que estaba haciendo y me senté
en el sillón.
Con respeto y un poco de temor, abrí el
cuaderno en su primera hoja. Me sorprendió la letra tan clara y precisa, escrita
con trazos seguros y firmes, como una mano joven, que en realidad, tenía más de
noventa años.
Iniciaba sus escritos con un título:
“Llegué”, a partir de él, con redacción, muy clara, contaba, un tramo de su
vida. No parecía haber ficción, tal vez, solo un poco de imaginación.
Claro y sorprendente, es, lo que a
continuación, leí.
Llegué:
Cuando tenía doce años, me sorprendía si
alguien me decía “señorita”. Ya no era una “nena”, había crecido. Esto me
llenaba de orgullo.
Años más tarde, me resulto satisfactorio,
que me dijeran “señora”, estaba ascendiendo socialmente. Pero, el mayor orgullo,
fue cuando me llamaron “mamá”. Ser una mamá, fue transcendental, en mi asenso,
hacia la superación de mi misma.
Como el tiempo no se detiene, llegó el
momento en que me llamaron “abuela”, lejos de sentirme “vieja” esto fue un
orgullo “doble” con respecto al de ser mamá. Triple, cuando me llamaron
“bisabuela”
Nena, señorita, señora, mamá, abuela,
bisabuela… me pregunto ¿Y ahora…Qué? Como continua esto…tatarabuela…o. Ya no
importan los “títulos”. Creo que no, no importan, aunque sí, me llaman “vieja”.
Este sí que es un título, que, estoy tratando de llevar, con dignidad.
Llegué, soy una “Vieja”. Socialmente, eso
soy, pero en realidad no lo soy, porque, solo mi cuerpo es viejo. Yo, no me
siento vieja, sé que tengo muchos años, menos cabellos, pocos dientes, veo
borroso, oigo mal. En fin, soy un trasto, rectifico, mi cuerpo es un trasto, yo
no, si bien aún tengo mucho que ver con mi cuerpo, este, no soy yo, solo estoy en
él, pero, pronto me iré. ¿Qué me voy a morir? No, yo no, mi cuerpo se va a
morir, yo soy eterna, no me puedo morir. Así lo siento y les cuento por qué.
No soy mi cuerpo, tampoco soy mi mente.
Esta, mi mente, es un torbellino de ideas y pensamientos, totalmente
deshilvanados. Mi mente, es un verdadero desastre. Pero no lo es solamente
ahora, siempre lo fue, es más, ahora está un poco mejor, cuando era joven, no
la podía contener de ninguna manera. Ahora, algo logro, puedo al menos,
ordenarla un poco.
Quisiera
tener un mouse, como el que tiene mi bisnieto en su computadora, y con el
manejar mi mente. Veo que con ese aparatito, él ordena y clasifica sus archivos,
los que tiene en la máquina. Yo quisiera hacer lo mismo, con los pensamientos,
recuerdos e ideas, que tengo en mi cabeza, que son muchos y muy desordenados.
Si tuviera un mouse, abriría un archivo que
dijera “recuerdos malos”, allí pondría todos esos miedos que me amargaron la
vida, todas esas suposiciones que nunca fueron más que eso, suposiciones que no
se hicieron realidad, pero me molestaron durante mucho tiempo. También pondría
los enojos, sobre todo los infundados, y…los otros también, pues los enojos,
solo sirvieron para hacerme enojar. Todas esas cosas malas, las pondría en un
archivo y luego, apretaría “supr” y los
mandaría a la papelera de reciclaje, luego iría allí y volvería a apretar “supr”,
tantas veces como fuese necesario para que todo ese “dolor” desaparezca.
Pero… ¡la abuela sabia computación! ¿Cómo,
cuándo y donde aprendió? Lo peor es que, ya no puedo preguntárselo.
Estaba pensado esto, cuando entró mi nieto,
el mayor. Le dije. ¿La abuela Lola, te preguntó alguna vez sobre computación?
–sí, seguro, le interesaba mucho, yo le expliqué lo que pude y creo que hasta
me entendió.
Ya lo creo que entendió y uno que pensaba
que los viejos están descerebrados. Pues me alegro que no lo estén. Yo, ya me
estoy acercando y tal vez pronto deba decir “llegué”.
Cuando mi nieto se fue, corrí a la cocina,
apague el horno, no sea que se queme la comida y volví al cuaderno de hule
negro. Nada, en ese momento podía importarme más que, lo que mi madre había
escrito.
Como les decía (continuo escribiendo Lola)
yo, no soy mi cuerpo, ni tampoco soy está loca mente llena de porquería. Soy
algo mucho más puro y hermoso que este montón de huesos y esa mente sucia y
gastada. ¿Cómo lo sé?
Creo que lo sé por vieja, antes, no me daba
cuenta de nada. Ahora, la verdad se me muestra servida en bandeja.
Cuando puedo serenar mi mente y aquietar mi
cuerpo, todo desaparece, no siento el cuerpo, se me van todos los dolores y mi
mente, simplemente no piensa. Me quedo muy quieta, respirando solo lo necesario,
y, siento que algo se desprende de mi cuerpo y, veo, lo que nunca antes pude
ver. Mi verdadero YO, lo que en realidad soy. Lo que no muere nunca. Algunos le
llaman alma, o espíritu. Yo le digo, simplemente LUZ.
Eso es, soy un fotón ¿qué de donde saco ese
término? simple, veo documentales.
Pero, no soy un fotón cualquiera, soy un fotón
que puede ver, oír y comunicarse telepáticamente. Además de desplazarse con
movimientos increíblemente ágiles.
Yo no podía creer lo que leía, era magia,
algo sobrenatural que afecto la mente de mi madre en los últimos días de su
vida.
Como no tenía regalos para mis hermanos
para esa noche. Fui hasta una fotocopiadora e hice varias copias de lo escrito
por Lola para obsequiarlos. Esta noche, después del brindis, compartiremos con emoción,
los escritos de nuestra madre.
El año pasado ella estaba allí, callada
como siempre en su sillón hamaca. Ahora ya no está, pero solo físicamente
porque nos hablará, como nunca antes lo
hizo.
Flora Elena Antonetti